No pueden ni cambiar de sitio ni volver la cabeza…
Observar esta pintura me llevó a recordar una famosa alegoría…
Pero antes, déjame contarte un poco sobre la obra.
El autor es Caspar David Friedrich, y la pintura se llama “Wanderer Above the Sea of Fog” o en español, “El caminante sobre el mar de niebla” (1819).
Caspar David Friedrich (1774–1840) fue un pintor alemán, considerado uno de los máximos exponentes del Romanticismo. Su obra se distingue por su capacidad para transformar la naturaleza en un símbolo de las emociones humanas, la espiritualidad y lo sublime. Friedrich nació en Greifswald, un pequeño pueblo en la costa del Mar Báltico, y su vida estuvo marcada por tragedias personales, como la pérdida de su madre y varios hermanos durante su infancia. Estos eventos influyeron profundamente en el tono melancólico y contemplativo de su arte.
Sabes,
Pasé al menos 15 minutos observando esta pintura, perdiéndome en sus detalles.
Te invito a hacer lo mismo: mírala con calma, analízala. Estoy seguro de que tú también podrás extraer tus propias lecciones.
Yo saqué varias, pero hay una en particular que no puedo dejar de pensar…
Mientras observaba la pintura, me vino a la mente la famosa alegoría de la caverna de Platón.
¿La recuerdas? Al inicio, Sócrates le dice a Glaucón algo como esto:
“Imagina unos hombres en una habitación subterránea, con forma de caverna, abierta hacia la luz. Están ahí desde su niñez, encadenados de piernas y cuello, de modo que no pueden moverse ni girar la cabeza, y solo ven lo que tienen delante.”
Este breve pasaje esconde lecciones poderosas sobre cómo funciona nuestro “mundo”.
Piénsalo:
Están en la caverna desde su niñez.
Sus cadenas inmovilizan sus piernas y cuello.
No pueden cambiar de lugar.
No pueden girar la cabeza.
Solo ven lo que está frente a ellos.
De todas estas ideas, la última me impactó profundamente:
“Solo ven lo que está frente a ellos.”
Ahora, déjame hacerte una pregunta:
¿Qué crees que está viendo el hombre de la pintura?
¿La niebla?
¿Los árboles?
¿Las rocas?
¿Las montañas?
¿Las nubes?
¿El cielo?
¿Hacia abajo?
¿Hacia arriba?
O quizás…
¿Tiene los ojos cerrados y está viendo algo más allá de lo que está frente a él?
A veces, al igual que los hombres de la caverna, estamos inmóviles o nos mantienen así. Encadenados por limitaciones invisibles que nos impiden “movernos” o “girar la cabeza”.
Estas cadenas son parte del gran plan de acondicionamiento al que hemos sido expuestos desde la infancia. No lo digo yo, lo dijo Platón hace más de 2400 años.
Lo interesante de la pintura y de la alegoría de la caverna es que siempre hay una persona que logra salir y se expone a la luz de la superficie.
Platón (a través de Sócrates) lo describe así:
“Supongamos ahora que se les libre de sus cadenas y se les cure de su error; mira lo que resultaría naturalmente de la nueva situación en que vamos a colocarlos.
Liberamos a uno de estos prisioneros. Le obligamos a levantarse, a volver la cabeza, a andar y a mirar hacia el lado de la luz: no podrá hacer nada de esto sin sufrir, y el deslumbramiento le impedirá distinguir los objetos cuyas sombras antes veía.
Te pregunto qué podrá responder si alguien le dice que hasta entonces sólo había contemplado sombras vanas, pero que ahora, más cerca de la realidad y vuelto hacia objetos más reales, ve con más perfección; y si por último, mostrándole cada objeto a medida que pasa, se le obligase a fuerza de preguntas a decir qué es, ¿no crees que se encontrará en un apuro, y que le parecerá más verdadero lo que veía antes que lo que ahora le muestran?”
“Y si ahora lo arrancamos de su caverna a viva fuerza y lo llevamos por el sendero áspero y escarpado hasta la claridad del sol, ¿esta violencia no provocará sus quejas y su cólera? Y cuando esté ya a pleno sol, deslumbrado por su resplandor, ¿podrá ver alguno de los objetos que llamamos verdaderos?”
“Y si en su vida anterior hubiese habido honores, alabanzas, recompensas públicas establecidas entre ellos para aquel que observase mejor las sombras a su paso, que recordase mejor en qué orden acostumbran a precederse, a seguirse o a aparecer juntas y que por ello fuese el más hábil en pronosticar su aparición,
¿crees que el hombre de que hablamos sentiría nostalgia de estas distinciones, y envidiaría a los más señalados por sus honores o autoridad entre sus compañeros de cautiverio?
¿No crees más bien que será como el héroe de Homero y preferirá mil veces no ser más «que un mozo de labranza al servicio de un pobre campesino» y sufrir todos los males posibles antes que volver a su primera ilusión y vivir como vivía?”
Para el hombre que logra salir de la caverna y ver la realidad, no hay marcha atrás. Jamás querría volver a su primera ilusión.
Así como el caminante de la pintura, debemos aprender a ver más allá de lo que tenemos enfrente.
• Mirar hacia atrás —“volver la cabeza”— nos ayuda a reconocer, aprender e identificar aquello que necesitamos transformar.
• Mirar hacia adelante nos permite trazar el camino a seguir, aplicando el conocimiento que obtuvimos al “volver la cabeza”.
• Pero lo más importante es ver más allá de lo evidente, hacia una nueva realidad.
Eso es lo que nos lleva a progresar.
Hasta la próxima.
Dennis Serrano